viernes, 13 de noviembre de 2009

El cuarto de Elisa Rose

La fiebre llegó como un huracán callado, tiró al suelo las paredes de su habitación, hizo que el techo pesara, y un ligero aire corría haciendo zigzag.
La sábana dormía, encima de ella, despeinada, dispersa, sin peso, sobre la cama.
Del colchón se elevaba un hilo de humo blanco que se oscurecía conforme llegaba el frío de la tarde.
Se desprendió de la pared la pintura, del armario las tablas, y el cabezal parecía una lámina de latón.
En su cuerpo, hervía la sangre borboteando, el reloj de sus sienes la atormentaban con un frío tic tac. Los latidos , cada vez más rápidos, cansaban su corazón , que esperaba el momento en el que se quedara dormida, para ralentizar el ritmo de ese músculo debilitado. Los pulmones buscaban el aire sin encontrarlo , se dilataban, y al doler, se encogían de nuevo en su pecho sudoroso. Los párpados ,de una fina piel, yacían pálidos casi transparentes, guardando sus ojos, guardando su negra pupila llorosa.
Permaneció así horas, perdió el control del tiempo y el espacio, mientras se sentía flotar por encima de la cama.
Por la ventana llegaba corriente, un viento decidido, furioso. Entró con fuerza , rebelando a las cortinas, barriendo las paredes. Un viento blanco, que se para frente al cabezal. Una ligera sensación de frío por las piernas interrumpió su sueño, sin acabar de despertarla del letargo. Un frío que corría , hasta su corazón , que por fin descansó , rescatado por un viento fuerte y blanco.
En el alfeizar de la ventana, un pájaro de refulgente color azul, cantaba.

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